jueves, 22 de noviembre de 2018

El PRÓLOGO del NARRADOR..! de Nació libre del Pecado original...

Gabriel Mora y Romero
Derechos Reservados

No puedo vivir mucho tiempo con los seres humanos. 
Necesito un poco de soledad; necesito respirar.
                                                      Albert Camus


Las últimas veces que nos vimos, lo sentí instalado ya, en aquel espacio en donde parece
que lo único que se atesora, es un puñado de recuerdos escogidos.


Lucía frágil, de alguna manera enfermo, con una cadencia al hablar pausada, tranquila, que parecía anteponer, -sin excusa- una reflexión a cada idea, a cada palabra... me dio la impresión de que aquella prisa que antes exhibía en sus acciones, se había ido.

En su rostro había señas de las batallas que había estado librando; ahí estaban, a la vista, obvias, marcadas a través de una expresión de hastío y de esa irritación que se proyecta cuando se ha perdido, -sin la esperanza de recuperar ni por instantes- la alegría; como cuando la buena suerte ya ni siquiera se asoma, cuando se acepta finalmente, que ya no hay remedio.
También de un aburrimiento crónico, que iba más allá del que viene cuando los años se amontonan y de la mano, de esa soledad que paraliza, que detiene, que se vuelve un estorbo, -y que para aquellos como él- dueños de una naturaleza enérgica que los invita al movimiento constante, les vuelve la vida una penitencia tan pesada, que ni siquiera se puede cargar, tan sólo arramblar.
No imagino prueba más difícil para ellos, que la inactividad forzosa.

En su mirada, había también visos de una resignación forzada, de la que nos habla que faltó tiempo para hacer, para enmendar quizá…y así obtener siquiera, algunos instantes de paz... negada ésta ya, por la interminable fila de “puertas cerradas”; todas las llaves que ocupaban ése su extenso llavero imaginario que se había ido alimentando de la experiencia y la reflexión, de hacer las cuentas, los balances de lo hecho, de lo ocurrido a diario y a través de los años, ya no abrían ninguna de ellas; probaba y probaba, una y otra vez... cada llave, cada cerradura y simplemente, ya no se abría ninguna.
Me dio la impresión que a veces se preguntaba si habría una fecha de caducidad para las oportunidades, o si habría un número fijo que al agotarse…

Estaba muy delgado, pero no nos confundamos, el estado de su cuerpo no le preocupaba, a no ser quizá, porque ya le imponía cierta lentitud en los movimientos; en su pensamiento era sólo el desgaste natural, como dirían las viejas de iglesia cuando se refieren a éste; “...es sólo el traje", aunque habría que reconocer que cuando aprieta o se descompone, molesta, incomoda el tránsito por la vida.
En cambio el espíritu, ¿qué decir de él? ¿qué hay cuando enferma? 
Pregunto, porque me dio la impresión que estaba enfermo del alma, ¿será lo mismo uno que la otra?
Me imaginé que era consecuencia de la falta de abrazos, de caricias en los últimos años; o quizá de siempre... que le restaron brillo a su mirada, pero sobre todo, le domaron la sonrisa.
Alguien me dijo que ya sólo les sonreía a los perros; cualesquiera… los que se encontraba al andar por las calles; y no sólo les sonreía, si la ocasión lo permitía, se sentaba junto a ellos, -aun en el suelo, en plena banqueta- y les hablaba mientras los acariciaba... ¡siempre sus queridos perros!, de los que afirmaba con contundencia, eran los únicos seres vivos con la suficiente inteligencia y nobleza, para echar mano de la confianza.

También puedo asegurar que en su interior había sufrimiento, más del que todos tenemos por costumbre tolerar, por lo que se prescribió un paliativo para atenuarlo, uno que habitaba desde siempre en sus gustos; la rutina de beber vino en cuanto caía algo de dinero en su billetera; como tarea, como si de ello dependiera el sustento del cuerpo, porque el del alma, seguro que de ahí pendía…
Disfrutando, escapando en fugas traviesas del gusto, con los sentidos abiertos, -como de costumbre-, a las sorpresas; buscando y encontrando tonos y aromas; afinando el gozo, alimentando la alegría de los sentidos, con fragancias y sabores en embocaduras llenas de dejos… algunos que lo remitían incluso, hasta la más remota infancia…
Dejando con complacencia caer su atención,- para evitar los pensamientos automáticos, esos que llegan tan sólo para lastimar- en la transformación del vino mientras lo bebía; porque el del inicio al del final ya no era el mismo, justo igual que él, ya no era la misma persona… algunas veces, acompañándose de música, -parecía que le volvía el gusto por ésta, que se le había ido desvaneciendo con la calma y magia con que cae la niebla de la tarde en la sierra- lo mismo un danzón o bolero, que Mozart o Bach... porque cuando el ánimo está a modo, resulta tan gratificante una como otra, así que de esos momentos se valía, para encontrar un remanso para su espíritu, que insisto, lucía en soledad y quizá, -sólo quizá-, en busca todavía de encontrar con quien carear, enfrentar ideas.

Estaba más serio que de costumbre, la distancia que usualmente anteponía con su interlocutor, sea quien fuere, parecía mayor y más sólida… y ahora, recubierta por una reciente capa de desconfianza que se le escapaba, de manera incontestable por la mirada.
Sin embargo, ahí seguía ese carácter disipar que lo caracterizaba desde niño, por lo que su madrastra le repetía con empeño, -a veces con un tono suave, dulce, y otras con un énfasis que pretendía sin conseguirlo, disfrazar preocupación-, que tenía que cambiarlo, porque, “te va a traer muchos problemas cuando seas grande…” y es que las más de las veces estaba cargado de una arrogancia que los que conocíamos a su familia paterna, tan sólo nos parecía una actitud que apuntaba a una herencia directa…  con ese tono en la voz que ordenaba y condenaba al mismo tiempo, dejando un delgado pero firme rastro de esa soberbia, que les era tan inherente.

También vi que la batalla había sido -y de alguna manera seguía siendo- dura, intensa… lo que pasaba era que parecía que ya se había acostumbrado, que esa lucha formaba parte de su diario andar, y no es que lo aceptara como algo ya implícito, no, tan sólo, -me parecía-, que lo soportaba con un estoicismo particular, con el sello de su personalidad... callado, reservado, mal humorado, casi dictatorial, con esa mirada dueña de un haz que señala, que cuestiona y juzga, y que sólo entendíamos los que le conocíamos bien... 
A veces, sentí que era una cuestión de conformismo, o más bien, de inconformismo... él nunca se conformó -quizá por instantes en decenios-, eso no estaba en su ser; por sus venas corría caudalosa, una sangre roja, muy roja.
Lo que ya no vi, fueron las preguntas que en el pasado le invadían la cabeza por manía: ¿qué esperas de la vida? ¿cuáles son tus parámetros? ¿la excelencia es una de tus metas? ¿la mediocridad te incomoda? ¿verdaderamente te molesta? ¿sí… cuánto?
Para entonces, pareciera que de repente se había dado cuenta que todo lo que le rodeaba estaba sumido en el universo de la mediocridad; la podía oler antes de verla a la vuelta de una esquina cualquiera... flotaba en la atmósfera, en el ambiente, se reproducía con una rapidez que ya no era posible distinguir, seguir... se manifestaba en tantas y tan variadas formas que hasta se perdía el asombro, que para entonces, ya se vestía de costumbre... de una gris, sin tonos, sin esquinas o picos que provocaran una mirada -más puntual- por pequeña que fuera... algún destello minúsculo y tenue que hiciera dudar el pensamiento o distrajera la consciencia...
 Nada...
 Y es que como decían de Bach: ¡nunca se inclinaba hacia lo sencillo..! habría que encontrar el detalle, la distinción... la perfección, aunque fuera con un leve "roce"; cada vez, cada vez, ¡cada siempre..! para acostumbrarse a su cercanía, a su inmediatez, a no poder ni siquiera, sobrevivir apartado, sin ella... volverla tan vital como el aire, como el agua, como el vino... y esa dependencia, era uno de los argumentos que lo asfixiaban, que le ponían esa presión en la frente desde que amanecía y la realidad le daba la primera bofetada... que le aventaban las trabas a cada paso del pensamiento, mismas que le impedían ser... nunca en ese mundo, el del pecado... que ahora lo rodeaba... pestilente, desordenado, perezoso y es que, recordemos, él había nacido libre del pecado original...

¿Qué si hubo un final feliz? 
Ni siquiera creo que eso exista, ¿final feliz? Quizá sólo exista en las historias para los niños.
No, en este caso resulta que no, todo indica que no hubo final feliz, sin embargo, en aquellas ocasiones que nos reuníamos, me dio la impresión de que llevaba en los pensamientos, en la conciencia, la idea de que había un balance positivo en su existencia; “números negros” al final de cuentas.
Sí, creo firmemente que pensaba que el balance era positivo y por mucho, pero de eso a calificarlo de final feliz… 
Habían sido años, muchos años de una vida espléndida, de lujos, de sonrisas continuas, de placeres, -incluidos los más inocentes- que por desgracia, en su presente, -el de aquellos momentos en que nos reuníamos- parecía que no los había disfrutado como hubiera querido o debido… visto así, con la perspectiva -la única posible en la última etapa de la vida- que guarda la experiencia y el conocimiento…

Pero siempre sucede de esa manera, el tiempo lo va cambiando todo; la visión de hoy no será ni por asomo la de mañana… ese pasado que visto desde el ahora, suelta indefectiblemente un cierto arrepentimiento fugaz, que se esfuma volátil, enrollado en una tira etérea de nostalgia, así como lo hacen los suspiros…
Sí, aquellos tiempos ya no existen más, todo se volvió pasado y en la mayoría de los casos, ya no ofrecen aromas perfumados en la memoria, particularmente, desde que todo se comienza a ver, vuelto de cabeza… pero por fortuna, había algunas remembranzas que eran tan suaves como el dulce, y tan cotidianos como la costumbre; de ellos se valía para continuar…
 Y es que la Providencia se complace a veces en enviarnos, en las circunstancias decisivas o críticas de nuestras vidas, extrañas enseñanzas que vienen a aclarar ante nuestros ojos, las causas misteriosas de nuestro infortunio…
Las carencias y las pobrezas, hasta antes de caer en pecado, eran, un descuido de un par de instantes en el pensamiento… tan lejanas y difusas como las tenues sombras de las montañas al fondo de un extenso valle, en un atardecer que ya se vuelve víctima del ocaso.

¿Qué cómo llegó ahí?
Todo indica que fue a través de un camino largo, como en todos esos periplos y travesías que nos marcan la vida; que se van gestando sin avisar, pareciera que en secreto y en lo oscuro, pero eso sí, con una seguridad puntual y sin un remedio que los ataje o los estorbe.
Pero como dicen que todo es relativo en esta vida, mucho depende con qué enfoque se le vea. Algunos fatalistas podrían asegurar que ese camino había sido "largo, muy largo...", tanto como los años que hasta entonces componían su vida, porque finalmente, "...ése era su destino..."
Otros menos pragmáticos, no irían tan atrás en su historia, buscarían circunstancias externas de esas que dan a ciertas vidas, vueltas tan forzadas como las de las esquinas agudas, o incluso, cavarían en busca de esos errores rotundos que sellan el recuerdo... pero yo, que conozco su historia, les digo que comenzó años atrás, cuando enfermó, o más bien, cuando su enfermedad avanzó y se hizo manifiesta, y como si se tratara de un designio, porque ya sabemos que las enfermedades siempre traen por compañía, -a veces sólo de visita, a veces para instalarse definitivamente-, al pecado original... y éste, fue el que lo llevó, tras un proceso desgastante, pausado pero irremediable, por esa senda cuesta arriba llena de tropiezos y caídas, a dormir en bancas de parques, o en el suelo de cocheras, talleres...

¿Qué de qué enfermó?
No lo sé exactamente, ni siquiera estoy seguro si en aquel entonces existía un nombre con qué llamar a esa enfermedad, o si eso que padecía, era tal...
Los médicos de antaño, que solían recurrir a frases que se orillaban más hacia los páramos de la poesía, que a los de los términos médicos, -supongo que para suplir su falta de entendimiento- hubieran dicho algo así como que "...había caído en un pozo profundo en cuyo fondo, habitaba entre una bruma densa, la tristeza...", lo cierto era que a menudo, parecía que lo envolvía una estrato de algo parecido a la nostalgia... 
Se le veía distante, aislado en sus pensamientos, refugiándose en su interior, como si buscara con perseverancia pero también con una paciencia armoniosa, "algo allá dentro..." andando por la vida sobre un sendero de desánimo, o peor, como si no tuviera un destino que alcanzar, que supongo, ha de ser algo más grave que perder el derrotero... y quizá, al siguiente día, su carácter brillara en sonrisas y elocuencia, incluso, hasta en complacencias... que nos dejaban siempre, una interrogación en el pensamiento, aunque después, con el tiempo, nos fuimos acostumbrando, conforme sus cambios se sucedían con mayor frecuencia...